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Pavlovsky y las 'fake news'

ORGULLOSAMENTE HUMILDE, Ángel Pavlovsky ha vuelto a los escenarios. A la pequeña sala La Gleva en Barcelona, donde sus incondicionales han abarrotado el teatro durante ocho funciones. Sólo ocho. A pesar de que la lista de ansiosos por volver a verle superaba el millar de espectadores.

Hace cinco años que Ángel Pavlovsky bajó de sus stilettos, apagó la luz del camerino y se retiró a Banyoles con su familia. El artista provocador de tantas y tantas noches de cabaret no tenia ninguna intención de volver a pisar la escena. La diva irónica, ácida, brillante, charlatana y atrevida, encontró cerca del lago olímpico de Banyoles, en el Pla de l'Estany, un retiro a su medida. Tranquilamente, y alejado del ruido que le ha rodeado en sus más de 50 años en los teatros y la televisión de Buenos Aires, París, Madrid y Barcelona, ha transcurrido su vida de jubilado hasta que los rumores sobre su salud y su vida fueron en aumento. Tanto, que algunos, incluso, le sacaron de circulación. Y la gran Pavlovsky, indignada ante las falsas noticias sobre su vida, explotó.


La voz cantante de la famosa Orquesta de Señoritas salió de su retiro con ganas de plantar cara a las fake news. A su manera. Y desde los escenarios. Transformando sus respuestas y argumentos en el hilo conductor de ¿Qué fue de Pavlovsky?, la obra que nos ha permitido volverle a saborear en escena y saber de su vida. Una buena excusa que aprovechó su amigo Albert de la Torre, periodista y productor, que desde hacía tiempo acariciaba la idea de producir un documental sobre su vida, al que él se resistía. Pero el rodaje ya ha empezado.


Desde la pequeña sala La Gleva, a tan solo un metro de los espectadores, la Pavlovsky, elegante y refunfuñona con las luces o la situación de un jarrón, ha vuelto a destaparse acompañada de la pianista Bárbara Granados, con quien ha compartido 20 años de escenarios. «Aquí estoy! No me he muerto, ni estoy en un geriátrico». Cabreado. Enérgico. Y como siempre inspirado.


Apoyado en trozos de guiones de anteriores obras, aparentemente, medio improvisando, la gran Pavlovsky se ha ido reencontrando con recuerdos de su propia vida. Con desparpajo y sin pudor, enfrentándose sin piedad a los espectadores. Riñéndoles si le hacían fotos. Para rematar con un guiño amable que les desarmaba. Una provocación controlada. Una técnica que domina a la perfección esta «extraña oficiante», como él mismo se ha definido en los escenarios.

Es la Pavlovsky de siempre. Sin pelos en la lengua. La que sigue desmenuzando momentos de su vida. Haciendo, como siempre ha hecho, teatro de la realidad. Teatro de la crítica y la denuncia. Teatro para la reflexión. Aquél al que nos acostumbró desde que llegó a Barcelona hace más de 40 años.


Le recuerdo, a finales de los setenta, en el cabaret Barcelona de Noche de la calle de Las Tapias. Donde artistas travestidos en hermosas mujeres acaban sus actuaciones con un rápido streptease. Nunca vi a Pavlovsky desprenderse de sus ropas. Sus armas eran otras. Discursos mordaces e inteligentes. Sorprendente en un cabaret como aquél, encontrar de madrugada a un artista filosofando sobre la vida, el amor o la muerte.


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